Carta a una
señora pensadora, prólogo de Manuel Vázquez
Montalbán a La década de la decencia,
de Margarita Rivière, 1995
Margarita, eres una pensadora. Es decir, aplicas lo que ya sabes a
lo que todavía no comprendes y me parece un ejercicio hoy día imprescindible
para enfrentarnos a la insoportable levedad del saber. No todo lo que sabemos
está desacreditado, al contrario, creo que en buena medida hay que restituir la
confianza a saberes que hemos adquirido en este siglo para comprender lo que
nos envuelve y lo que se avecina. ¿Por qué durante unos años hemos tenido la
sensación de que no entendíamos lo que nos rodeaba? Porque se nos estaba
inculcando escepticismo sobre conocer el porqué y el para qué de lo inevitable.
Hemos sufrido una conjura determinista según la cual ni lo bueno ni lo malo, ni
lo nuevo ni lo viejo tenían sentido. Lo único que lo tenía era lo inevitable. Ni la memoria ni la
finalidad valían. Son, en sí mismas, subversivas.
Pero la insoportable levedad del saber se trueca en la
insoportable levedad del ser, esa sensación de gravidez en la nada o de
ingravidez en el todo que nos acompaña en las últimas dos décadas, desde que el
decreto del grado cero del desarrollo no sólo frenó el optimismo de la idea de
progreso marxista-capitalista, sino también la idea del crecimiento continuo
del espíritu que había propiciado la tentación de la vanguardia. Tentación y comprobación
que toda vanguardia era un estado febril que curaba los males del pasado y
abría los cauces hacia nuevos crecimientos. Si no se podía crecer en ningún
sentido y en ninguna dirección, había que concebir lo histórico como una foto
fija y final y el reparto dentro de la fotografía se convertía en una lucha
entre náufragos por el espacio posible y limitado. Desde esta percepción global
de miedo al futuro de la navegación e inculcación de inutilidad de buscar las
causas en el pasado veo yo ese talante globalizado (de aldea global) que véase
desde los centros o las periferias, desde los nortes o los sures, desde los
ganadores o los perdedores, participa del mismo instinto del miedo, miedo,
miedo a no sobrevivir con tu propio status.
De ahí la fascinación del mal, aguda denominación que se te debe,
desde la sospecha, casi evidencia, de que el Bien no existe, ni siquiera como
desiderátum, fuera utopía o esperanza laica tal como la concibe Bloch.
De ahí los fundamentalismos, sean islámicos, opusdeístas,
nacionalistas o neoliberales, porque el miedo a no saber lo suficiente para
entender la dispersión referencial de lo real conduce a refugiarse en los
saberes mínimos pero seguros, situados en ese territorio delimitado por los
propios e intransferibles orines.
De ahí el despliegue de una nueva cultura puritana que ha tenido
sus agentes más espectaculares en el virus del sida y en Su Santidad el Papa de
Roma dentro de los horizontes de nuestra percepción de la aldea global, que no
es la única. Desde la perspectiva del antípoda de nuestra hegemonía, el
puritanismo es una ideología de dominación que fuerza al dominado a una
alienación esencial.
El cinismo economicista de supervivencia, urbi et orbe, está
detrás de todo lo que nos pasa y de lo que no nos pasa y quisiera que no te lo
tomaras como una caída en el economicismo por mi parte. Corrimos el riesgo de
buscar en la clave de los intereses económicos la explicación de toda conducta,
pero ahora estamos corriendo el riesgo de quedarnos en los efectos más
dispersos, sin buscar causas originales. Últimamente se abre camino la
expresión "darwinismo de derechas" para no llamar por su nombre
al canibalismo de un sistema que impone la ley del más fuerte con una impunidad
que en el pasado, al menos, se corregía con la expectativa del castigo, aquí en
la tierra. Desaparecida esa perspectiva de castigo, podemos comprobar el poco
respeto que los agentes del mal de carne y hueso sienten por el juicio laico
universal de la Historia o el Juicio Final de todas las mamarrachadas
religiosas realmente existentes.
Urge el retorno a la denuncia de los primeros efectos para llegar
a la evidencia de las causas últimas, de ahí la importancia de los "hechos de conciencia", interesadamente desacreditados por los que trabajan para la eliminación de la
conciencia diferenciada con respecto a la conciencia mediática global
uniformada. O Renacimiento u oscurantismo, está es tu cuestión. Y la acepto
como desafío, porque evidentemente la penumbra actual puede oscurecerse y
confío en que el Renacimiento sea la reacción necesaria del despertar frente a
la pesadilla y porque la desfachatez impune de los dueños de este sistema
basura que convierte en bonsáis o en basuras todo lo que nos relaciona y nos
proyecta, a nosotros mismos y a nuestro
paisaje, llegará a ser tan opresiva que exigirá otra vez subversión en
primera instancia a la manera de rebelión primitiva, y revolución como pulsión
de esperanza. Revolución cultural sobre la base de la rotura de un insoportable
orden económico que nos está inculcando a los instalados en el miedo a no poder
sucedernos a nosotros mismos y a los marginados, el miedo a ni siquiera
sobrevivir.
Derechas o izquierdas. Otras izquierdas que hereden lo mejor de
los insumisos del pasado y no caigan en la trampa de dar cheques en blanco a
las ideologías totalizadoras que no son siempre identificables con las
totalitarias, pero que acaban por serlo. Ser de izquierdas, Margarita, de
momento es melancólicamente estar dispuestos a aceptar un nuevo orden de las
personas y las cosas que implique una desigualdad más justa y una injusticia
igualada en la aldea. Me refiero a la aldea global. Claro. Pero también
recuperar la esperanza y no precisamente la teologal, en tiempos de retorno de
todas las ideologías culpables y culpabilizadas, incluida la Teología de la
Alimentación.
Olvidaba decirte que el libro está muy bien, muy bien, sobre todo
como incitación a cuestionar ese saber que se nos pega a la piel como un
bronceado artificial. Lo dicho, Margarita, eres una pensadora, contagiosa.